Protegiendo a Ana Frank
Juan Israel Durán Riobó
Hace unos días me llegó un enlace de iCmedia Galicia con “quince miniseries para recuperar en verano”. Ahí pude encontrarme con una miniserie que había visto hacía poco: “Fuimos los afortunados”.
“Una pequeña luz. Protegiendo a Ana Frank” (Disney+), me llegó de rebote. Tanto una como otra serie son históricas: tratan el tema de la segunda Guerra Mundial y su holocausto con gran delicadeza, alejándose de la perspectiva fatalista del cine depresivo en el que se cebó grandemente su sección más populista.
En ambas series resaltan figuras primordiales, y por desgracia olvidadas, de la convivencia entre las personas, y de la persona como individuo indiscutiblemente único e irrepetible: “ansia de supervivencia, el instinto de vida, la fidelidad a uno mismo y a sus coetáneos, y uno de los valores más vilipendiados en la actualidad, pero básico para poder relacionarnos sanamente en una sociedad, la importancia de la familia y saberse perteneciente a ella, con una historia y una proyección de futuro.
La perspectiva de “Una pequeña luz” nos muestra la grandeza y magnanimidad de seres humanos que, sin que les vaya nada en ello, arriesgan sus vidas por ayudar a otros por el “simple y gran hecho” de ser consecuentes. Nos necesitamos unos a otros para que nuestra vida tome sentido. La importancia del deber de hacer bien las cosas, del jugárselo todo por saber que uno está haciendo lo correcto hasta el último momento. Nos muestra cómo una vida disoluta y un tanto frívola puede transformarse en una vida de compromiso. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, como podría decirnos Arquímedes de Siracusa.
“Una pequeña luz”, puede suscitar la idea de que la sociedad en la que vivimos ha perdido mucho en favor de individuos aislados, también nos habla de confianza, en uno mismo y en los demás.
El juego del calamar