Cómo las redes sociales alimentan nuestro ego y nos hacen dependientes

Likes, seguidores y notificaciones influyen en nuestra autoestima y nos hacen siervos de la validación digital
Manolo Rodríguez*
Las redes sociales han descubierto el combustible más potente de la humanidad: el ego. No es el petróleo, el litio ni la energía solar lo que mueve el mundo digital, sino nuestro deseo insaciable de reconocimiento. Y las plataformas lo saben muy bien.
Gracias a un carrusel infinito de likes, seguidores y notificaciones, las redes sociales nos mantienen atrapados en un ciclo de retroalimentación constante que refuerza nuestro sentido de importancia.
Pero, ¿hasta qué punto dependemos de esta validación digital?
Un espejo digital que nunca descansa
Cada vez que entramos en una red social, lo primero que hacemos es revisar las notificaciones.
Da igual si entramos para leer noticias, ver memes o compartir nuestra última comida (porque, admitámoslo, si nadie la ve, ¿realmente la hemos comido?).
Nuestra prioridad es ver quién nos ha dado like, comentado o seguido.
Si bien muchos defienden que usan las redes sociales por información o entretenimiento, la realidad es que todos buscamos ser vistos, escuchados y admirados, aunque solo sea por ese vecino que nunca nos saluda en el ascensor, pero nos da «me gusta» en Instagram.
De lo contrario, no publicaríamos nada.
Queremos que nos vean.
La dopamina y la necesidad de aprobación
La razón por la que nos enganchamos a las redes sociales no es solo psicológica, sino también biológica.
Cada notificación que sale en nuestro teléfono libera pequeñas dosis de dopamina, el neurotransmisor del placer.
Cuando recibimos un like o un comentario, nuestro cerebro lo interpreta como una recompensa, que refuerza nuestro comportamiento y nos lleva a buscar más interacciones.
Es un ciclo adictivo que se repite una y otra vez, una y otra vez, y que las plataformas han perfeccionado a la perfección.
Facebook: el santuario de la autoestima
Facebook es el templo donde nuestro ego va a rezar.
Aquí, cada notificación roja es una dosis de dopamina.
Si alguien nos agrega como amigo, nos sentimos valorados.
Si alguien reacciona con un «me encanta» a la foto de nuestro perro, reafirmamos su belleza suprema.
Los recordatorios del pasado y la nostalgia
Los recordatorios de Facebook también cumplen su papel: «Hace cinco años publicaste esta foto».
Ahí estamos, suspirando por un pasado donde pesábamos menos y teníamos un bronceado envidiable y menos canas y arrugas.
Facebook no olvida, y nuestro ego tampoco.
Este mecanismo no solo refuerza la idea de que nuestra vida pasada era «mejor», sino que nos impulsa a seguir compartiendo momentos para el futuro.
Nos hace sentir que nuestro presente también merece ser recordado.
X (antes Twitter): la adicción a la influencia
X es un examen de popularidad en tiempo real.
Cada seguidor nuevo es una pequeña victoria; cada unfollow, una pequeña tragedia digital.
- ¿Cuántos seguidores tenemos? “Soy relevante”
- ¿Cuántas menciones tenemos? “Es interesante lo que digo”.
- ¿Cuántos retuits? “Mi opinión importa”.
- ¿En cuántas listas estamos? “Soy un referente”.
Incluso existen herramientas que miden nuestra influencia en X.
No basta con sentirnos importantes; necesitamos que un número lo confirme.
Aquí entran en juego las analíticas, las estadísticas y el conteo de seguidores, con lo que se refuerza el ciclo de dependencia.
No hay ninguna red social que esconda los seguidores que tenemos.
Por algo será.
Instagram: el espejo del narcisismo
Vamos con Instagram: la cumbre del ego digital.
No basta con subir una foto, tiene que ser la foto perfecta: la mejor luz, el mejor encuadre y, por supuesto, el filtro ideal.
Si no hay una foto o un video que cuenta ese momento, ¿realmente sucedió?
La cultura de la perfección visual
Instagram ha llevado el concepto de validación al extremo.
No solo queremos que nos vean, queremos que nos admiren y hasta que nos envidien.
La presión por tener una vida «instagrameable» ha llevado a muchas personas a obsesionarse con la imagen perfecta.
Los selfies son la máxima expresión del egocentrismo digital.
Capturamos nuestro reflejo porque creemos que el mundo necesita verlo.
Y los influencers han convertido esta dinámica en su modus vivendi: «Miren mi desayuno saludable», «Miren mi rutina de ejercicio», «Miren mi cara sin maquillaje (pero con tres filtros)».
Un estudio de la Universidad de Michigan confirmó que Instagram, Facebook y Twitter aumentan el narcisismo de las personas.
La verdad es que no hacía falta un estudio para saberlo.
Con revisar nuestro propio perfil nos daríamos cuenta.
WhatsApp: el ego en el doble check
WhatsApp no es una red social, propiamente dicha, pero maneja nuestro ego como si lo fuera.
El doble check azul puede ser la ruina emocional de muchos.
Si alguien nos deja en visto, el golpe es directo a la autoestima: «¿Por qué no me contesta? ¿Hay algo más importante que mi mensaje?».
Un servidor hace tiempo que desactivó el doble check azul.
Es cierto, que tampoco sé si alguien ha leído mi mensaje. Pero, ¿de verdad importa?
Si no lo ha leído es que está haciendo algo más importante y si lo ha leído y no me contesta es que está haciendo algo más importante.
No somos el centro del mundo del resto de personas.
Es fastidiado, pero tenemos que aprender a vivir con ello.
¿Y los estados de WhatsApp?
Son la versión low-cost de las stories de Instagram, pero cumplen su función: mostrar lo felices y exitosos que somos.
¡Y a ver quién tiene la valentía de subir un estado sin comprobar horas después quién lo ha visto!
La adicción a la validación
Las redes sociales han perfeccionado el arte de manipular nuestro ego.
Nos ofrecen una dosis constante de validación que nos hace sentir importantes, queridos e influyentes.
Pero, como con cualquier droga, el problema viene cuando dependemos demasiado de ella.
La importancia de desconectar
Si nuestra autoestima se basa en número de seguidores, likes o menciones, estamos perdidos.
Como decía John Baldoni: “No pasa nada si la gente piensa que eres Dios, el problema viene cuando empiezas a creértelo”.
Es fundamental aprender a desconectar y dar prioridad a las relaciones reales.
Pasar tiempo con amigos y familiares, sin la necesidad de compartir cada momento en las redes sociales, nos ayudará a recuperar el control de nuestra autoestima.
Las redes sociales nos permiten brillar, pero no debemos olvidar que lo importante no es cuántos nos siguen, sino cuántos nos valoran fuera del mundo digital.
Y ahora, si me disculpas, voy a revisar mis notificaciones.
¡A ver si alguien ha compartido este artículo! 😉
* Responsable del blog Desenredandolared y coordinador de la estrategia de redes sociales del periódico “La Opinión A Coruña”.