¿Quién manda aquí? Prefabricando mentes
J. Israel Durán Riobó
Hace unos días se presentaba en Vigo el informe “Jóvenes e Internet en Galicia”, elaborado por iCmedia Galicia. El acto de presentación llevaba un sugerente título: “Atrapados en las redes”. Para los que somos de zona portuaria, todo lo que sea hablar de redes nos resulta familiar, no en vano, la ciudad de Vigo es el primer puerto pesquero de Europa. Actualmente, son las redes sociales las que pescan, acaparan, enganchan y arrastran a las personas.
A diferencia del anzuelo, que recoge los peces de uno a uno, las redes de pesca capturan grandes cantidades. Cuando la red llega al barco se encuentra uno con un poco de todo: junto con la pesca buscada aparecen detritos del fondo marino. Ahí comienza una labor de selección, donde habrá que separar los detritos –fake news- de lo que realmente buscamos, la captura de una especie en particular.
Lo que se busca con una red es una ganancia y conseguir acaparar más en menos tiempo. ¿Cómo se consigue esto en las redes sociales? Mediante datos, una moneda de cambio virtual no palpable, pero que mueve el mundo y las tendencias que deben seguirse. Los datos son la información que mueve el mundo de las redes sociales. Cuantos más datos aportemos sobre nosotros de forma mediática, la tecnología será más precisa y exacta a la hora de tener un conocimiento cercano y más exacto, formándose un patrón muy ajustado sobre nuestros intereses.
“Podemos decir que un desarrollador de videojuegos opera con los datos. Dichos programadores tienen más oportunidades de integrar características que provocan liberación de dopamina con objeto de que cueste más dejar de jugar. Los juegos en línea son un claro ejemplo de la recopilación de datos de manera constante sobre cada persona: ¿Cuánto tiempo juegan? ¿Cuándo dejan de jugar? ¿Qué tipo de experiencias hacen que jueguen más? ¿Cuáles son las que hacen que dejen de jugar? Saben exactamente qué activa la dopamina y qué la desactiva” (“Dopamina», Daniel Z. Lieberman, Michael E. Long, págs. 96 /97).
En efecto, las grandes compañías tecnológicas poseen recursos que hacen valer para enganchar a los menos precavidos. La flor y nata de los licenciados en las universidades de todo el mundo se encuentran trabajando para ellas. Llámense psicólogos, sociólogos, diseñadores gráficos, programadores de juegos…
En las aplicaciones hábilmente diseñadas encontraremos motivos como un color, una imagen, una palabra, un símbolo que harán que no pasemos por alto la página; está preparada para que permanezcamos en ella más tiempo del que teníamos pensado permanecer y, si por lo que fuera, nos vamos de la página, es muy probable que haya un motivo que nos haga volver a ella en un futuro. A día de hoy las redes sociales y los productos de intercambio, sus ultraprocesados, como apuntaba la profesora Montse Doval, acaparan nuestra atención, son hiperpotentes, es difícil vivir sin ellos.
Asistimos a una época de cambios muy importantes para el ser humano; tanto, que no se pueden hacer pronósticos de la deriva que tomará el conjunto de la sociedad globalizada, menos aún de la persona que se está formando, educando. Estoy seguro que al igual que un ave fénix, “la persona” se recompondrá y volverá a reconocerse, a encontrarse en un nuevo camino donde la “alfabetización mediática” (Montse Doval), es imprescindible.
Esta sociedad está sufriendo con el nuevo enfoque que adquiere uno de los pilares que la sostienen: la comunicación. Su común denominador, el ser social, está desapareciendo, al menos tal y como se ha podido entender hasta ahora. Quizá estamos asistiendo y viviendo en una era altamente adictiva, y con un control de los nuevos medios tecnológicos exiguo o inexistente.
Jóvenes y adultos enganchados mediante la gran revolución tecnológica. Hay que utilizar las nuevas tecnologías. Por sí mismas no son dañinas. Son herramientas. Como tales útiles debemos ser diestros en su manejo. Ha surgido un nuevo concepto de ser humano, hiperconectado y a la vez sumamente desconectado de lo más cercano e inmediato. Siempre estamos lejos de donde estamos físicamente. Como jugando al escondite, sin necesidad de esconderse más que detrás de una pantalla. El smartphone, principal vehículo de las redes sociales, ha llegado para quedarse; detrás de su pantalla hay infinidad de escenarios recónditos, vericuetos donde perderse. Pero, ¿estamos preparados psicológicamente para convivir con él?
Han entrado en nuestra casa sin tener que llamar a la puerta: la habíamos dejado abierta. En aras de estar más comunicados, nos hemos quedado con la mentalidad obsoleta de quien dice que controla, al igual que un drogadicto al comprar su última dosis, mirando hacia otro lado o, mejor dicho, ojeando el smartphone; de tal modo que no hablamos con las personas que están a nuestro alrededor. Todo ello para no quedar aislados, para poder pertenecer al grupo en vigencia. Es necesario pertenecer a un grupo. Pero, ¿a qué precio?, ¿a qué grupo?
Imagen: Freepik
El juego del calamar