Somos cada vez más tontos y TikTok lo sabe
Ténganlo claro, en el mundo del futuro no mandarán los devoradores de vídeos enclaustrados en cuartos oscuros
Gonzalo Cabello de los Cobos
Desde hace varios meses he observado un comportamiento que se repite cada vez más por todas nuestras calles, parques, playas, campos y casas. Seguro que a ustedes también les ha llamado la atención. De repente salen a la calle a dar un paseo rutinario y se topan con manadas de adolescentes haciendo el mono frente a un móvil dando saltitos, bailando, llorando o contando estupideces a sus seguidores. O van a ver a sus hijos antes de acostarse y descubren que, en vez de dormir, están escondidos bajo las sábanas riendo o llorando mientras ven un vídeo tras otro en su app favorita.
Mi recomendación es que no se asusten demasiado porque, la verdad, ya poco podemos hacer al respecto. Es simplemente el tiempo que nos ha tocado vivir. La era TikTok ya está aquí y está lista para transportarnos a todos al «País de las Subnormalidades».
Por hacer un experimento, hace tiempo me bajé la aplicación. Y la verdad es que no puede estar mejor pensada. Vídeos en bucle, uno detrás de otro, aderezados con un algoritmo que tras unas pocas visualizaciones detecta tus gustos y acaba sirviéndote contenido ilimitado a la carta. El resultado no puede ser mejor… para la aplicación, claro. Tras cinco de días de uso intensivo me di cuenta de que TikTok me había atrapado con sus fieras garras, impidiendo que me durmiese hasta por lo menos la una o las dos de la madrugada.
Afortunadamente tengo ya una edad y tras un par de semanas conseguí, no sin esfuerzo, borrar TikTok de mi móvil siendo consciente de la barbaridad a la que nos enfrentamos como sociedad. Recaí un par de veces descargándomela de nuevo, pero desde esa última vez no he vuelto a sucumbir a la poderosísima tentación de dejar la mente en blanco mientras pasan por tu mirada horas y horas de estupideces condensadas en pildoritas.
No debería extrañarles que sus hijos tengan comportamientos erráticos tanto en casa como fuera de ella
Por eso, no debería extrañarles que sus hijos tengan comportamientos erráticos tanto en casa como fuera de ella. Son auténticos yonquis desesperados por su próxima dosis y, como consecuencia de su adicción, son incapaces de fijar su atención en una simple mosca. Acostumbrados a recibir estímulos aquí y ahora bajo demanda inmediata no pueden soportar leer, por ejemplo, un libro de más de cincuenta páginas que conlleve cierta dificultad. Su mente no puede asimilar todas esas letritas que revoltosas se acumulan una detrás de otra. Su cabeza les pide acción, lucecitas, sentimientos y mucha mucha emoción. Eso es a lo que están acostumbrados desde pequeños y ya no aceptan otra cosa.
Dicen las malas lenguas que el algoritmo que los chinos ponen en TikTok para sus adolescentes, porque hay que recordar que es una aplicación de origen chino, no es el mismo que ponen para los adolescentes occidentales. Mientras que en China les ofrecen contenido educativo (histórico, artístico, científico, patriótico, etc.) a nosotros nos obsequian con todo lo contrario, es decir, chorradas vacías cargadas de sentimentalismo y dopamina.
No tengo forma de comprobarlo, pero si es cierta esa afirmación, tengo que decir que está muy bien pensado. Para qué malgastar gigantescos recursos en una guerra cultural abierta, como se hacía antaño con el cine americano, por ejemplo, si puedes introducir una droga potentísima en una aplicación que consiga idiotizar en pocos meses a millones de personas en todo el mundo, ¡y además por un precio irrisorio! Si su objetivo es que los occidentales seamos cada vez más tontos, enhorabuena, chinos, lo estáis consiguiendo.
Podría poner mil ejemplos de todo esto que les cuento, pero me voy a centrar en uno que me llamó especialmente la atención por todo lo que representa. En el vídeo al que me refiero, una chica de unos diecinueve o veinte años gimotea amargamente frente a su móvil y sus trescientos mil seguidores «haciendo un llamado a la solidaridad» y pidiendo «ayuda urgente». Según esta chica de pelo rosa y tatuajes en la cara, «necesita que alguien le mantenga» porque ella siente «que no había nacido para trabajar»…
Hagan el experimento y dediquen media hora a mirar el contenido que ven sus hijos en sus aplicaciones
No tienen más que darse un paseo por el móvil de sus hijos para darse cuenta de lo que hablo. Hagan el experimento y dediquen media hora a mirar el contenido que ven en sus aplicaciones. Porque no solo me refiero a TikTok; hablo de todas ellas sin excepción: Instagram, Youtube, Snapchat, etc. No es que TikTok sea peor, simplemente fue la primera en comprender que el asunto de los vídeos cortos era lo más adictivo y rentable y lo que, en definitiva, su público objetivo demandaba. Tanto es así que todas las demás compañías tardaron muy poco en copiar su idea y adaptarla a sus respectivas aplicaciones.
¿Soluciones? Pues muy pocas y muy estrictas. Yo, por mi parte, no sé qué haré cuando mi hijo tenga trece o catorce años, pero lo más probable es que le prohíba drogarse con las redes sociales, si es que todavía existen y no han mutado en algo más siniestro todavía, de la misma forma que le prohibiré fumar porros o cosas peores. Creo que es la única solución viable si queremos que cuando salgan a la vida real tengan alguna posibilidad de pensar por sí mismos y de no ser manipulados por cualquiera que no haya tenido TikTok de pequeño. Porque ténganlo claro, en el mundo del futuro no mandarán los devoradores de vídeos enclaustrados en cuartos oscuros. El mañana será, sin duda, de esos niños a los que hoy sus padres les prohíben hacer cosas que saben que les perjudican pero que en un futuro saben que les beneficiará enormemente.
Ilustración: Paula Andrade
Este artículo fue publicado originalmente en «El Debate»
El juego del calamar