Una profesión emocionante
Arturo Maneiro (*)
Los periodistas tenemos una profesión emocionante. Hablamos de emoción en una de las acepciones que más concuerdan con la tesis que se defiende aquí: “Interés, generalmente expectante, con que se participa en algo que está ocurriendo.”
Vivimos una profesión llena de constantes cambios de temas a los que prestar atención a lo largo del día o de los días. Esto puede ser a veces una debilidad del periodismo, ya que muchos nos pueden decir que hablamos de todo y conocemos pocas cosas. Sin embargo, creo que es una fortaleza ya que supone el esfuerzo mental cada día, una renovación permanente de esquemas y conocimientos o de focos de atención social: un accidente de tráfico, un atentado, un nuevo descubrimiento de la ciencia, un problema económico, un escándalo político, unas declaraciones impactantes, un evento cultural o un sinfín de asuntos diarios.
Tenemos que vivir en un contacto habitual con las novedades que deben ser comunicadas a la sociedad. Debemos hacerlo de manera que se entienda en todas sus vertientes, caras, aristas, y desde distintos puntos de vista, dando respuesta a todos los interrogantes. Hacemos todo lo posible para que no queden dudas sobre qué ocurrió, quién lo hizo, cómo lo ha hecho o llevado a cabo, por qué sucedió o en dónde ha ocurrido. Sabemos que cuando no se da respuesta a estas preguntas, la información queda incompleta y puede sembrar más dudas que certezas.
Son informaciones que deben servir para que los ciudadanos puedan tomar decisiones sobre cada uno de los aspectos que le rodean, le incumben o simplemente pueden despertar su curiosidad.
Y todo ello, tenemos que redactarlo o componerlo en un tiempo mínimo. Ahí podemos insistir en la emoción de su tarea. El periodista tiene que entenderlo todo rápido, comunicarlo de forma inmediata y debe hacerlo de tal manera que lo entienda cualquier persona que lo lea o lo escuche, sea cual sea su nivel cultural. Somos muy conscientes de que cuando no lo hacemos así, dejamos a muchos lectores o a mucha audiencia fuera de juego, sin llegar a entendernos
Además, contamos de antemano con la posibilidad de que critiquen nuestra forma de expresarnos, por los errores que se deslizan en una redacción apresurada y con pocas posibilidades de revisarla convenientemente.
A propósito de esto, quizás sería necesario en las actuales circunstancias laborales contar más con correctores o con responsables de la redacción que puedan leer con calma lo escrito apresuradamente, que puedan detectar a tiempo los gazapos, las expresiones confusas, la ausencia de datos fundamentales, etc., podría ser una gran ayuda para la comprensión exacta de las noticias y para ayudar a los profesionales en esa emocionante carrera contra el tiempo y en favor la comunicación eficaz.
Somos conscientes de que esto sólo se puede vivir con una intensa profesionalidad. Con el convencimiento de lo que hacemos, de lo importante de su función, y del carácter de servicio público tiene nuestro trabajo.
Se puede hacer más emocionante cuando no hay interferencias de horarios rígidos o de honorarios escasos. Y cuando hay un reconocimiento de su trabajo, de sus éxitos, de su labor continuada, quizás sin brillo o sin notoriedad pública. Sabemos que un periodismo emocionante solo se puede vivir invirtiendo horas propias en engrosar la agenda de contactos, en encuentros personales, en entrevistas celebradas a cualquier hora, en comidas, en cenas, en cafés, en cervezas con las fuentes de información. Sin esta disponibilidad nos quedaríamos en simples funcionarios de la información, y, por lo tanto, sin emoción profesional.
Kapuscinski también lo ve así en “Los cínicos no sirven para este oficio”: “Esta es una profesión muy exigente. Todas lo son, pero la nuestra de manera particular. El motivo es que nosotros convivimos con ella veinticuatro horas al día. No podemos cerrar nuestra oficina a las cuatro de la tarde y ocuparnos de otras actividades. Este es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O, al menos, de hacerlo de un modo perfecto”.
Testigo privilegiado de la actualidad
Nuestra profesión es emocionante porque somos testigos privilegiados de las noticias y de los sucesos. Noticias de actos políticos, de actos culturales, de actos sociales. El periodista, por su propia razón de ser, tiene que estar en contacto con personalidades del Gobierno, de la Administración, de las grandes finanzas, de la gran empresa, de los entramados internos de las organizaciones. Tiene que conocer de primera mano los sucesos macabros; ser testigo de la pobreza de muchos sectores sociales de los que no se acuerda nadie; dejar constancia de las grandes proezas de personas normales y anónimas; descubrir las miserias de las grandes personalidades públicas.
El profesional de la comunicación tiene vía libre para poder conocer de primera mano los acontecimientos o sucesos. Su presencia en los lugares se da por supuesta o se considera necesaria. Además, es recibido con un cierto respeto y una actitud positiva, aunque no faltan los que nos ven como una amenaza o un peligro para sus intereses.
Sabemos también, en este entorno, que no podemos confundirnos nunca con ese ambiente en el que participamos por nuestra profesión de periodista. Cuando acaba su trabajo de informador después de un encuentro muy cordial, lleno de confianza, incluso con algunas confidencias, uno puede sentirse a la misma altura de cargo que esas personalidades, pero el ministro seguirá siendo ministro, el gran empresario seguirá siendo gran empresario o el parlamentario continúa siendo diputado, sin que haya confusión de roles con el que sigue siendo periodista y marchará en su modesto medio de transporte mientras que los demás se van con sus coches oficiales y séquitos. Pero la emoción de ser testigo en primer plano, de poder conocer cuestiones vetadas al gran público, está al alcance del periodista. Así vamos adquiriendo un bagaje profesional muy valioso para saber interpretar los acontecimientos que nos toca vivir.
Entre “Los papeles del Pentágono” y “El Gran Carnaval”
Dentro del concepto y vivencia de emoción, de expectación ante algo que va a suceder, tenemos siempre la inquietud de no dañar el prestigio de la profesión, incluso de hacerlo más ostensible cada día. Es un esfuerzo que exige atención habitual y mantenerse despierto para no ceder al “ya vale”, “qué más da”, “ya se entiende” u otras expresiones similares que esconden la comodidad profesional. Somos conscientes de que una cosa es tener errores por la precipitación al redactar una noticia y otra es claudicar en el esfuerzo por contrastar un hecho o un dato.
Nuestra profesión se mueve habitualmente entre la precisión y el análisis concienzudo y riguroso que reflejan películas como “Los archivos del Pentágono” (The Post), “Detrás de la noticia” (The Paper) o “La Sombra del poder” (State of Play), y, en el lado contrario, el amarillismo o información espectáculo que vemos en películas como “El Gran Carnaval”, de 1951, o en la magistral “Primera Plana” de 1974, donde la explotación comercial de un hecho dramático está por encima del rigor y de la ética. Entre ambos polos se desarrolla habitualmente nuestro trabajo, con temas más normales de ordinario, pero en cualquier momento puede surgir el asunto que exigirá todo nuestro rigor y precisión, en el que vamos a mantener muy alto el pabellón del prestigio profesional.
Sabemos también que si cada noticia que redactamos, para ser leída o para ser hablada, la trabajamos como una pequeña obra de arte, estaremos mucho más preparados para el momento en que surja el gran tema, la gran ocasión de mostrar la calidad y profesionalidad del periodista. Todos somos conscientes de que esto no es nada fácil y el entorno profesional no favorece con frecuencia esta actitud. Pero mantenemos esa lucha emocionada por lograrlo.
Vivir el sentido crítico
En muchas ocasiones hemos comprobado que el constante desarrollo del sentido crítico nos ha resuelto más de un problema o una mala noticia. Hemos experimentado que no podemos creer todo lo que nos proporcionan las fuentes de información, ni todos los datos que se nos presentan delante. También sabemos que, en nuestra emocionante profesión, tenemos que someter a un análisis crítico muy severo aquellas noticias que queremos que sean ciertas. Cuando estamos predispuestos a creer un hecho porque queremos que sea cierto, porque refuerza nuestras tesis, porque demuestra nuestra teoría acerca de un personaje o una institución, es cuando podemos cometer el error de dar por cierto algo que no lo es. En nuestra vida profesional hemos comprobado que el éxito de las noticias falsas está en encontrar a lectores, oyentes o espectadores dispuestos a creérselas. Son el terreno abonado para la difusión de la desinformación o de bulos.
En este sentido, también hemos tenido muchas veces la gran satisfacción de aplicar el sentido crítico, de preguntarnos si efectivamente los hechos ocurrieron así, investigar un poco en internet y descubrir los hechos verdaderos muy diferentes de la primera versión que se nos ha ofrecido. No hemos caído en la trampa. Hemos hecho lo correcto y hemos dado un poco más de prestigio a nuestro medio, a nuestra profesión y a nosotros mismos.
Evidentemente, esto exige comprobar y comprobar todas las informaciones que se nos ofrecen. Una parte de nuestro trabajo que no es tampoco muy emocionante precisamente. La emoción está en descubrir lo que era cierto y ofrecerlo así a nuestro público.
El sentido crítico hace que todas las noticias nos despierten dudas, interrogantes, sobre todo aquello que no entendemos bien. Hemos experimentado en algunas ocasiones cómo cometimos el error de redactar una noticia de la que no entendíamos casi nada, pero seguíamos a pies juntillas el teletipo, la noticia de agencia, o el comunicado oficial.
Nos gustaría transmitir a los estudiantes de Periodismo la emoción de aplicar el sentido crítico como una piedra básica o fundamento de su preparación. Quizás algunos crean que el sentido crítico es quejarse de todo o hablar mal del profesor, de sus compañeros o del poder establecido, cuando en realidad se trata de someter a un análisis los hechos o las circunstancias, lo que se entiende, lo que no se entiende, la coherencia o incoherencia de los datos. En definitiva, comprobar para ofrecer un producto de calidad garantizada a la sociedad.
Pensar en el lector, el oyente y el espectador
Dentro de este planteamiento de emoción profesional tenemos que encuadrar el deseo de que nuestras noticias sean bien entendidas por los lectores, los oyentes y los espectadores. Cada medio tiene sus estilos propios, pero nuestras narraciones deben entenderse por todo ese público al que nos dirigimos.
A veces podemos caer en el error de escribir o narrar para nuestros colegas de redacción o de profesión, sin darnos cuenta de que el público en general no va a entenderlo. Hay muchas informaciones de deportes que dan por sabidos muchos nombres, muchas situaciones; se habla para entendidos, dejando de lado el resto del público que no está al día en esos temas. También, todo lo que decimos o mostramos en noticias audiovisuales. En no pocas ocasiones se muestran localizaciones, personas, actitudes, que no son explicadas, pero llaman la atención al espectador, que se queda con la duda. En otros momentos -sucede mucho en noticias cebo de internet- le cuesta al lector llegar a lo sustancial, -al qué, analizado antes- porque hay unas introducciones muy extensas que tratan de captar la atención del lector, pero lo que consiguen es rechazarlo por la confusión que producen. Lo mismo podemos comprobar con noticias de radio cuando una locución precipitada no permite entender, o incluso confunde, al no respetarse la expresión fonética de la frase. Sabemos que un periodista que sale al micro no debe estar enterándose de la noticia o su redacción al mismo tiempo que la cuenta, debe llevarla sabida y entendida para que el oyente le entienda.
Políticamente poco correctos
Emociones fuertes podemos tenerlas en nuestra profesión cuando hay que tratar asuntos polémicos o que pueden molestar a los poderes públicos, a instituciones, a partidos políticos o incluso a los denominados colectivos. Ahí la emoción se presenta a la hora de decidir si queremos ser políticamente correctos o queremos saltar la barrera mental que casi nos lleva a la autocensura. Hay que decidir si de un tema determinado no quiero entrar o no quiero comunicar lo que sé porque no es muy correcto, porque en el entorno en el que me muevo no está bien visto y voy a tener problemas o por cualquier otra circunstancia que nos pone en el dilema.
Este es un aspecto de nuestra profesión que necesitaría un desarrollo mayor, como otros temas emocionantes tratados hasta ahora, pero es necesario rematar.
No sin antes recordar que no siempre las emociones profesionales son alegres o satisfactorias. Muchas serán emociones fuertes, o tristes, o frustrantes, como las que proporcionan las distintas formas de ejercer el periodismo, como redactor, como jefe de redacción, o como director; como autónomo, como independiente, o como colaborador.
En todo caso, la emoción es una consecuencia de la búsqueda de la noticia, de lo que nos espera hoy, de la satisfacción de haber cumplido con la sociedad y haber colaborado a incrementar el prestigio profesional de Periodismo.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Navarra, expresidente y cofundador de la Asociación de Periodistas de Galicia. Discurso tras recibir el Premio Diego Bernal 2021.
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