«Jurado Nº 2», un drama judicial de Clint Eastwood
El veterano director demuestra que un solo dilema moral puede atrapar a un espectador durante 120 minuto
Ana Sánchez de la Nieta
(Aceprensa)
Justin Kemp es un joven ilusionadísimo ante la llegada de su primer hijo. Mientras su mujer afronta un embarazo de riesgo, él será llamado a formar parte de un jurado. En la primera sesión se enfrenta a un potente dilema moral que puede cambiar su vida por completo. Esa es la carta de presentación de la nueva película de Clint Eastwood: «Jurado Nº 2».
Clint Eastwood tiene 94 años, esta es su película número 40, pero nadie termina de atreverse a decir que será la última. De hecho, él mismo ha declarado que no tiene intención de retirarse. En cualquier caso, y pese a la poca confianza que parece tener Warner en la cinta, nos encontramos ante un drama judicial muy solvente.
Un título muy Eastwood: hechuras clásicas, un sólido reparto, un buen desarrollo de personajes (qué personajazo el de Toni Collette), unas interpretaciones convincentes y –de nuevo– un complejo conflicto de conciencia. El veterano cineasta hace una apuesta muy arriesgada porque, en los primeros quince minutos, ha enseñado todas las cartas. Ha planteado el problema sin subtramas, sin efectismos ni puertas de salida de emergencias. Un dramático cara o cruz. Todo o nada. Y, sin embargo, demuestra que un solo dilema moral puede atrapar a un espectador durante 120 minutos.
Que no hay nada más dramático que un conflicto de conciencia. Un conflicto que viven los protagonistas –qué acierto al mostrar la libertad y la responsabilidad de cada uno–, pero que Eastwood hace vivir también al espectador.
Estamos ante una película exigente para este espectador, una cinta en absoluto complaciente, una sobre la que planea el espíritu trágico de gran parte de la filmografía de Eastwood. Pero, frente a tanta narrativa líquida, relativista, superficial y sin aristas, frente a tanta polarización de sofá, frente a tanto escándalo farisaico y, sobre todo, frente a tanta mentira y fachada, cuánto ayuda este enfrentarnos sin anestesia al espejo del drama humano. Frente al adormecimiento moral y la búsqueda de una felicidad de plástico, qué bien sienta un poco de catarsis. Aunque esta catarsis duela.
Y qué bien sienta también una película bien escrita, rodada e interpretada. Una película que entronque con los clásicos y que no trate al público como a niños. Qué bien nos sienta –nos sigue sentando– el cine de Eastwood.
El juego del calamar